Los mexican@s, conjunto en el cual comprensiblemente nos
hayamos inmersos los y las yucatecas, desde hace aproximadamente más de 70
años, hemos venido siendo fieles testigos, además de dolientes, de la creciente
y patente inmoralidad que hoy priva en el quehacer de la política mexicana. Primero
con el PRI, luego con el PAN y más recientemente con el PRD; solo por nombrar a
los partidos políticos de mayor peso electoral en el país, en los cuales la
perversión del poder se ha convertido en una serie de esporas que se han
enquistado y contagiado a un buen número de ciudadanos y ciudadanas de la
sociedad civil. Este germen patológico que se manifiesta tanto
al exterior, como al interior de estos colectividades partidistas, han obscurecido
los otrora nobles objetivos de la política, creando lo que el filósofo Gustavo Bueno, ha llamado
la partitocracia o partidocracia.
La partitocracia no es
otra cosa que una deformación sistemática de la democracia. Donde el Estado y
sus instituciones se encuentran en control de las oligarquías,(Camarillas, pandillas
partidistas), que han despojado al
pueblo de toda soberanía efectiva.
La Soberanía es la fuente de todo poder político que emana
de la voluntad popular, el pueblo, que es el soberano. De esa voluntad popular
surgen normas e instituciones que al mismo tiempo deberán modular las fórmulas
de expresión de esa soberanía popular. Así, la soberanía popular es la fuente
última de toda norma y de toda representación. Los gobernantes lo son porque la
soberanía popular así lo ha decidido, y esa es una característica nodal de todo
régimen democrático.
Pero la gestión sórdida de ese reducido grupo de “políticos”
que dictan las acciones a seguir en sus respectivos partidos políticos, es la
responsable de que el desarrollo y fortalecimiento de la ilegitima
partidocracia suela iniciarse dentro de los cuerpos legislativos, donde en aras
de “fortalecer” las propuestas legales
del Poder Ejecutivo, siempre de su mismo partido político, dictaminen leyes si
el mayor tramite que el simple levantar del dedo aprobatorio de los “representantes”
populares. Esto, a la ciudadanía nos ha acarreado toda una serie de males y atrocidades
para nuestra economía familiar, para nuestros derechos humanos, para nuestra
aspiración de felicidad en comunidad: la corrupción, la opacidad en la
rendición de cuentas, la falta de honradez de los “servidores” públicos, en la ineficiencia
e ineficacia de los gobiernos, quienes coludidos con la oligarquía que mantiene
secuestrados los medios de comunicación difunden toda una serie de mensajes de
fantasías “democráticas”.
Pero es en los Congresos, donde la partidocracia sienta sus
reales, al abandonar su función primordial, en representación de la ciudadanía;
que es controlar y fiscalizar el uso, o abuso, que hacen de los recursos públicos
los titulares de los Poderes Ejecutivos.
Ahí, en el Poder Legislativo, los diputados anteponen sus
intereses de grupo, facción, partido
político o interés particular y renuncian a ejercer su papel político: el peso
y contrapeso, en bien de la colectividad que les confirió la confianza para
representar sus intereses y demandas.
Recordemos, al menos para las sociedades contemporáneas del
mundo occidental, que todo sistema de se basa en los principios de la
democracia, y Por el Bien de Todas y Todos, corresponde a la ciudadanía vigilar
que dichos principios se cumplan al pie de la letra.
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