Soy un ferviente
partidario del laicismo. Estoy convencido de la sana independencia que debe
guardar el Estado de toda influencia eclesiástica o religiosa. Aunque no profeso
ningún credo religioso, si guardo respeto por la libertad de creencias, de hombres
y mujeres; y admiro las consecuentes conductas que guardan en correspondencia
lógica con los principios que profesan. Como es el caso de Monseñor Oscar
Arnulfo Romero, quien en su homilía del 19 de marzo de 1978, señalo:
A mí me da miedo,
hermanos, cuando leyes represivas o actitudes violentas, están quitando el
escape legítimo de un pueblo que necesita manifestarse… ¿Qué sucede con la
caldera que está hirviendo y no tiene válvulas de escape? Puede estallar.
Todavía es tiempo, es tiempo de dar a la voz de nuestra gente la manifestación
que ellos desean. Con tal de que haya, al mismo tiempo, la justicia que regula; porque
naturalmente, hermanos, cuando defendemos estas justas aspiraciones, no estamos
parcializándonos con reclamos terroristas. La Iglesia no está de acuerdo con la
violencia de ninguna forma, ni la que brota como fruto de la represión ni la
que reprime en formas tan bárbaras. Simplemente llama a entenderse, a dialogar,
a la justicia, al amor.
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